Comentario
La escultura acadia, cuantitativamente menor hasta ahora que la sumeria, presenta respecto a esta última notables diferencias tanto plásticas como de contenido ideológico.
En primer lugar, dado que la ciudad de Akkadé aún no ha sido descubierta, ni muchas de las principales ciudades acadias han sido exploradas en su totalidad, todo lo que sabemos de la estatuaria de este período proviene de una serie de ejemplares hallados, en su mayoría, en la periferia de Mesopotamia, sobre todo en Susa (Irán), adonde habían sido llevados como botín, en el siglo XII a. C., por el elamita Shutrukhnakhunte, tras saquear Akkadé, Sippar y otras ciudades.
Plásticamente, aun existiendo dependencia de la tradición sumeria en los primeros momentos, poco a poco los artistas acadios fueron buscando sus propios principios estéticos, dejando a un lado las formas sumerias, y tendiendo hacia un mayor realismo y precisión en la labra.
En cuanto al contenido ideológico, la labor del artista se supeditó en todo momento al servicio imperial, a la propaganda del monarca de turno, esculpiendo o fundiendo estatuas reales, a veces a tamaño natural, para la mayor gloria de su regio soberano.
De Sargón (2334-2279) no nos ha llegado, lamentablemente, ninguna estatua de bulto redondo, aunque sabemos por los textos que las hizo esculpir. Podemos hacernos, sin embargo, un idea de su imagen gracias a una estatuilla de piedra caliza (48 cm; Museo del Louvre), que representa a un sacerdote con faldellín y sobrevesta, aún de vellones al estilo sumerio, portando un animal para el sacrificio.
Fechable en su reinado es una serie de cabezas masculinas (halladas en Girsu, Bismaya y Kish), cuyo tratamiento formal recuerda en algunos aspectos la estatuaria sumeria anterior. De entre ellas, dos pudieron muy bien representar al propio Sargón: nos referimos a la pequeña y alabastrina Cabeza del Louvre (7 cm de altura), barbada, pero con mentón y labio superior rasurados, y a la Cabeza imberbe del Fogg Art Museum de Harward (7,3 cm) en esteatita negra.
Mucho más acadizadas fueron las cabezas y estatuillas femeninas, halladas no sólo en Susa, sino en otros lugares de Mesopotamia. Dos de ellas, provenientes de Ur, una en alabastro (9,5 cm; Universidad de Pennsylvania) y la otra en diorita (8,3 cm; Museo Británico), parecen ser retratos de la famosa hija de Sargón, llamada Enkheduanna, suprema sacerdotisa del templo de Sin en Ur, además de poetisa notable.
Al arte popular debemos un buen conjunto de figurillas también femeninas, con rostros tratados de forma grosera y en algunos casos con peinados con extrañas protuberancias (busto femenino de Kish).
Mayor calidad que éstas encierra una sacerdotisa sentada (11,3 cm; Museo de Berlín), en alabastro, con las manos cruzadas ante el pecho, vestida con un ropaje de volantes y portando una tablilla sobre sus rodillas. Muy parecidas a ella son otras pequeñas estatuas procedentes de Girsu y de Nippur, en cuya descripción no podemos entrar. Algunas, de la misma tipología, tienen en vez de tablillas, vasos y jarros junto a sus asientos, caso, por citar un ejemplo, de la figurita acéfala, de caliza, de la Yale Collection.
Aunque sabemos por algunas inscripciones que Rimush (2278-2270), hijo y sucesor de Sargón, contó con estatuas de bulto redondo, situadas en Nippur, ninguna de ellas ha llegado a nuestros días. De su hermano Manishtushu (2269-2255), que reinó tras él, poseemos, sin embargo, varias estatuas, aunque muy mutiladas, tres localizadas en Susa y otra en Assur, en las que su formulación plástica, precisa y suelta en la anatomía y en los detalles, se aleja ya totalmente de la estética sumeria.
Una de ellas, en diorita, conocida -a falta de mejor nombre- como Faldón de diorita de un rey (94 cm; Museo del Louvre), por restar sólo la parte inferior de la escultura, sorprende por el tratamiento dado al tejido. La otra (1,34 m; Museo del Louvre), en caliza (atribuida por algunos a Sargón) y de la que falta toda la parte superior del cuerpo, sólo deja ver los pies, tallados sobre un nicho practicado en la propia vestimenta, y que se apoyan sobre un zócalo en el que hay grabados en relieve cuatro cuerpos, probablemente príncipes derrotados por Manishtushu.
La escultura de Assur, en diorita, denominada Estatua anepígrafa (1,37 m; Museo de Berlín), de la que también faltan la cabeza y los pies, presenta un faldón tratado de modo muy simple, si bien en el desnudo torso se han marcado ligeramente los pectorales, en un deseo de dibujar la anatomía, buscando un mayor efectismo.
Con una serie de fragmentos de diorita, llegados al Louvre, se ha podido recomponer parte de lo que fue una estatua de Manishtushu, sentado sobre regio taburete. Lo poco conservado (51 cm; Museo del Louvre) impide adentramos en cualquier otra consideración.
A pesar de la importancia histórica del rey Naram-Sin (2254-2218), muy pocas estatuas suyas nos han llegado. Por la inscripción de una de ellas (47 cm; Museo del Louvre), de diorita, de la que sólo restan los pies, sabemos que perteneció a tal rey. Un pequeño busto acéfalo, de diorita (19 cm; Museo del Louvre), en mal estado de conservación, pudo haber pertenecido a Naram-Sin, aunque en la dedicatoria de la pieza se habla de un tal Sharrishtakal, escriba, a quien también pudo pertenecer.
De Sharkalisharri (2217-2193), su sucesor, no conocemos tampoco ninguna estatua, si bien el estilo de su época puede deducirse por las estatuas de uno de sus vasallos, el elamita Puzur-Inshushinak, de quien se han hallado cuatro fragmentos de estatuas, localizados en Susa.
Otros fragmentos estatuarios de Mari, representando a portadores de ofrendas, y dos pequeños torsos desnudos, realizados en piedra bituminosa, muestran el grado de perfección a que el arte acadio llegó a finales del III milenio.
Finalmente, y para no alargarnos más, debemos incluir en este apartado una enigmática pieza del Museo del Louvre, de pequeñas dimensiones (13,2 por 5 cm), y en piedra bituminosa, que representa a un león atrapando entre sus fauces la cabeza de un hombre, que se halla acurrucado entre las patas anteriores del animal. Su significado se nos escapa y, desde luego, no puede tratarse de una fiera devorando a un hombre, sino de la representación de alguna escena mitológica que desconocemos.
No se ha hallado, que sepamos, ninguna estatua de dioses o diosas de bulto redondo de época acadia, si bien la escultura pétrea de Inanna-Narundi de Susa (1,09 m; Museo del Louvre), hecha esculpir por el elamita Puzur-Inshushinak, testimonia la existencia de estatuaria divina de gran tamaño en época acadia.